Como toda ficción, como toda fantasía, la propiedad es una mentira. Una mentira a medias, pero mentira al fin. La promesa de la propiedad, la de ser un derecho que permite una exclusión absoluta, se pierde. La propiedad es un híbrido, algo lejano de la realidad jurídica convencional, que como en las relaciones incestuosas en “Cien Años de Soledad” tiene por resultado seres humanos con colas de cerdo.

Los juristas convencionales creen que el Derecho se construye desde arriba. Un buen día al legislador se le ocurrió cómo se construye la propiedad y la hizo, la redactó en la ley y ya. Pero así no se construye. La propiedad nace desde abajo, en la realidad, en como las personas se interrelacionan con los bienes y con las demás personas en su entorno. Como dice Guillermo Arribas, “la posesión se transformó en propiedad, la propiedad se convirtió en Ley y la Ley en Código Civil”. Justamente al revés a como el Derecho suele verse a sí mismo.